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Testimonio de Tiananmen: Juan Restrepo, enviado especial de TVE en Pekín en la primavera de 1989

Se cumplen en este año, en concreto en el próximo mes de junio, los 20 años de los trágicos sucesos de Tiananmen.

Testigo excepcional de los sucesos de Tiananmen, Juan Restrepo, enviado especial de Televisión Española, estuvo en Pekín durante las semanas de la primavera de 1989 en las que se desarrollaron las manifestaciones y sucesos que conmovieron al mundo. El equipo de Televisión Española fue el único equipo de televisión que se encontraba en la plaza de Tiananmen la noche del 3 al 4 de junio, la noche que estalló la violencia. En esta entrevista con Iberchina nos cuenta sus recuerdos y vivencias de aquellos momentos.

Iberchina.-

¿Cómo surgieron y se desarrollaron las manifestaciones?

El origen de las manifestaciones fue bien claro: la muerte de Hu Yaobang, un viejo dirigente comunista simpático para los estudiantes por su fama de liberal.

El desarrollo y desenlace de todo aquello, sin embargo, fue tan confuso que aún hoy -20 años después- no se sabe siquiera cuántos muertos hubo al final de las protestas.

Hu Yaobang no sólo era liberal, era un iconoclasta en la medida que podía ser iconoclasta un miembro de la gerontocracia china de aquella época. Hay que recordar que no estamos hablando precisamente de un chaval, tenía 73 años cuando murió. Pero véase alguna de sus iniciativas. Fue el primer dirigente en aparecer en público con un traje occidental, después de años de haber endosado todos el traje Mao; defendió el uso de los cubiertos en detrimento de los clásicos palillos en la comida; y, así como entonces había en los vuelos de aviación comercial asientos para fumadores y no fumadores, a Hu Yaobang se le ocurrió que se agrupase a los viajeros en no jugadores y jugadores de bridge para poder echar una partidita durante el viaje.

Era simpático y parecía lógico que su muerte doliese especialmente a los estudiantes, pero es que además había sido defenestrado del Politburó del Partido Comunista Chino en 1986.

 

 
Juan Restrepo

Las manifestaciones de duelo en principio se limitaban a pedir rehabilitación de su persona porque, además de algunas iniciativas más o menos estrambóticas, el finado era la imagen de la honradez entre los dirigentes de un país en el ya eran evidentes los casos de corrupción que había traído la reforma económica de Deng Xiaoping."Cuando se abre la ventana entran moscas" había dicho Deng refiriéndose a los efectos indeseados de la apertura económica -que no política- emprendida en el país tras la muerte de Mao Tsetung. Más que moscas. Lo que empezaba a ser evidente era la desigualdad entre la clase dirigente y el pueblo llano. Ese malestar, que ya era latente, tuvo como caldo de cultivo las manifestaciones en favor de Hu Yaobang. Su cadáver se veló en el Gran Salón del Pueblo con toda la pompa y el boato de que son capaces los chinos ante la muerte. Al velatorio asistió toda la dirección del Partido y del gobierno, pero en la calle las pancartas de los manifestantes empezaban a exhibir nombres diferentes al del dirigente muerto.

Hablaban de los vivos, en el sentido literal y metafórico del término. Hablaban de Deng Xiaoping de manera despectiva, haciendo juegos de palabras con su nombre; insultaban al primer ministro Li Peng, un conservador de estricta escuela estalinista, por cierto educado en Moscú y, sobre todo, pedían depurar la vida pública.

Hay que ser rigurosos: los estudiantes pekineses, aquella primavera de 1989, no reivindicaban tanto la libertad individual como el bien común que suponía la limpieza de la gestión pública.

¿Cuál es en su opinión el motivo de fondo de las manifestaciones?

Insisto en que el motivo de fondo de las manifestaciones fue la muerte de un dirigente querido por los estudiantes el 15 de abril. Lo que pasa es que aquello se transformó en una bola de nieve a la que el gobierno no vio otra forma de derretir que con una reacción brutal la noche y madrugada entre el 3 y el 4 de junio.

No creo en la conspiración exterior, como llegaron a alegar algunos dirigentes chinos, ni en un movimiento organizado en el interior de las facultades y centros de enseñanza. Todo fue muy espontáneo y caótico, pero es cierto que el malestar por la corrupción en las altas esferas del poder y el agravio comparativo que suponían aquellos privilegios desmesurados de quienes gobernaban a nombre de la clase trabajadora fueron el bidón de gasolina al que se le acercó la llama del dolor por un muerto aparentemente honrado.

¿Qué aspectos le resultaron más llamativos en las manifestaciones, en la movilización de la población de Pekín?

Para un observador occidental, o al menos para mí, hubo en todas aquellas manifestaciones estudiantiles y en la movilización de los habitantes de Pekín innumerables aspectos llamativos. El que primero que destacaría, a bote pronto, es la magnitud de la protesta. Yo, a aquellas alturas, estaba acostumbrado a ver manifestantes en la calle en muchas ciudades del mundo por los más diversos motivos, pero ver tal cantidad de gente en una plaza o desfilando por una gran avenida era sorprendente y conmovedor.

Recuerdo una de aquellas tardes de primavera en que descargó sobre Pekín una tremenda tempestad. Debía hacer una presentación en cámara, lo que solemos llamar en televisión en España "entradilla". Escogí para hacerlo uno de aquellos triciclos con plataforma en que los chinos transportan la más variada colección de objetos animados e inanimados, desde un piano a un cerdo o un guacal de patos. Subimos allí la cámara y me puse frente a ella micrófono en mano, no recuerdo lo que dije pero me quedó grabado para siempre, desde esa improvisada plataforma unos centímetros por encima del suelo, la imagen de aquel océano de cabezas de pelo negro. Tiananmen, con sus casi medio millón de metros cuadrados, es la plaza más grande del mundo y verla abarrotada de gente es uno de los espectáculos más insólitos que uno puede imaginar.

Pero, independiente de aquello que saltaba a primera vista, era claro que el incremento de las demandas de los estudiantes y de buena parte de los habitantes de Pekín, y el contenido de éstas, llamaba poderosamente la atención. Ver cómo se iba pasando de pedir la rehabilitación de un líder muerto a exigir libertad de prensa y gritar consignas contra Deng y contra el Partido Comunista era absolutamente sorprendente.

Teníamos noticias de hechos similares en Polonia aquel año, y en otros países del este de Europa, y hay que admitir que eso también nos confundió. Muchos pensamos que China tomaría por aquel mismo camino y eso precisamente era lo que los dirigentes chinos no estaban dispuestos a tolerar.

Por eso se sumieron en un silencio que dio la impresión de vacío de poder y desgobierno y lo que había era un dramático debate en el interior del Comité Central del partido sobre la forma de salir de aquel atolladero y conservar el control de una ciudad sumida en el caos.

 

 
Wang Dan, uno de los principales líderes estudiantiles

Deng Xiaoping y los demás dirigentes chinos también pagaron un precio muy alto para lo que son los valores de una sociedad tan alejada de la nuestra. "Perdieron la cara" ante el líder soviético Mijail Gorbachov, que visitó por aquellos días la capital china y no pudo hacer una visita obligada a la plaza de Tiananmen, y esto es una afrenta que solo los chinos saben valorar. Si quienes cubríamos aquellos acontecimientos para medios occidentales entonces hubiésemos comprendido la verdadera dimensión de la ofensa quizá habríamos podido intuir la reacción violenta que se incubaba.

¿Qué vio usted en grandes líneas la noche del 3 de junio en la Plaza de Tiananmen?

Era sábado pero los que llevábamos allí casi mes y medio habíamos perdido la noción del tiempo. En aquellas cerca de seis semanas hubo días de euforia, de tensión y de calma chicha; cuando llegaba ésta siempre había algún acontecimiento que agitaba el cotarro: una huelga de hambre; un editorial de prensa incendiario; un decreto gubernamental; una aparición inesperada en la plaza de máximos dirigentes políticos; el montaje de una estatua en la plaza; la profanación del retrato de Mao y hasta el encuentro televisado del premier Li Peng con los estudiantes en huelga de hambre que, en pijama y alguno conectado a un gota a gota que alimentaba su cuerpo por vía intravenosa, ofrecían un cuadro absolutamente surrealista.

La tarde del 3 de junio había una tensión diferente a otros días. Recuerdo que a media tarde llegó a la plaza un muchacho agitando una camisa ensangrentada y vociferando algo ininteligible para mí, sin traductor en aquel momento, pero que encendió los ánimos. Era obvio que después del mediodía del sábado, en algún incidente menor, se había derramado sangre.

Cuando empezaba a oscurecer, mis compañeros y yo -el cámara José Luis Márquez y el asistente Fermín Rodríguez- estábamos grabando las calles de un distrito al nororiente de la plaza cuando vimos sobrevolar varios helicópteros. La cosa era una novedad dentro del caos reinante. Nos fuimos al hotel porque había que editar una crónica y reponer fuerzas con algún tentenpié ya que la noche podría ser larga. Estaba redactando la crónica cuando recibí una llamada de mi traductora y stringer anunciándome que cerca del barrio de los diplomáticos un tanque había embestido a una multitud y que allí había un montón de bicicletas aplastadas y algún muerto tirado en la calle.

Eran cerca de las diez de la noche. Una media hora antes, una radio en inglés había dado la noticia de que todos los periodistas que se encontraban en la plaza habían sido desalojados y que la mayoría se había instalado en el Hotel Pekín, sobre la avenida Changan, muy cerca de la plaza pero en todo caso fuera del perímetro de la gran explanada frente a la Ciudad Prohibida. Creo recordar que dijeron que el último equipo en salir había sido el de CBS.

Por razones que no vienen al caso estábamos esa noche sin medio de transporte, de modo que emprender  viaje hacia la plaza cerca de las once, en una ciudad envuelta en el caos, parecía una locura. Además, nuestro hotel --el Great  Hall, un hervidero de periodistas y visitantes aquellos días--, era un lugar fantasma esa noche. La entrada estaba en penumbra y habían desaparecido todos los vehículos para los clientes que solía haber por allí. Todos, excepto un taxista solitario que aún hoy, al cabo de los años, me pregunto qué hacía allí y por qué razón casi providencial parecía esperarnos para emprender una aventura que, al narrarla al día siguiente, parecía inverosímil. Le explicamos adonde queríamos ir y el hombre –que no hablaba más que chino—entendió la única palabra de nuestra petición: Tiananmen.

Recorrimos durante cerca de hora y media la zona nororiental de la ciudad buscando una salida hacia la plaza; encontramos varias vías  bloqueadas por vehículos en llamas y barricadas hasta que en la intersección de Chaoyangmen  con Dianmen nos topamos con una escena terrible. Un grupo de chicos muy jóvenes, al ver que éramos prensa extranjera, nos condujo hacia un lugar en donde un corro de gente rodeaba algo que en principio no alcanzamos a distinguir. Sólo cuando nos abrieron paso para que grabásemos lo que allí había, vimos la imagen que luego le daría la vuelta al mundo como si hubiese ocurrido dentro de la plaza.

 

El "hombre del tanque"

Cerca de una decena de bicicletas aplastadas por los tanques del ejército chino horas antes y, junto a ellas, el cadáver de un hombre joven con el cráneo aplastado y la masa encefálica derramada sobre el pavimento. A unos metros de allí, un camión de transporte del ejército, con soldados dentro que permanecían en silencio y expectantes, rodeados por la gente que, paradójicamente, parecía tranquila. Después de recorrer los hutongs, o callejuelas antiguas cercanas a la plaza, llegamos a Tiananmen pasada la medianoche. Los soldados habían cortado los accesos a la plaza excepto en la esquina sureste, que fue justamente por donde nosotros pudimos entrar. Nada más llegar hasta aquel lugar, apareció uno de esos triciclos tan típicos de la ciudad en cuya plataforma podía verse varios jóvenes heridos. El ciclista pedaleaba con fuerza tratando de sacar de allí aquella tremenda carga y, a los pocos minutos, llegó  allí mismo un pequeño camión con plataforma descubierta en cuyo interior también yacían varios cuerpos inertes, podrían ser muertos, en todo caso estaban heridos.

Aquellas fueron las primeras imágenes de víctimas dentro de la plaza, pero era claro que procedían, no del interior de la plaza sino de la esquina noreste, de la avenida Changan, frente a la Ciudad Prohibida. Allí resultaron esa noche muchas personas muertas y heridas tratando de entrar a Tiananmen.

En el interior de la plaza, apiñados alrededor del obelisco que hay en el  Monumento a los Héroes de la Revolución, había unos 2.000 estudiantes, quizá algo más. Estaban tranquilos pero empezaron a cantar la Internacional al ver entrar un equipo de televisión extranjera, el único que había en la plaza a esas horas.

Mis compañeros y yo permanecimos en la plaza toda la noche, aunque yo salí a dejar el taxi que nos había llevado hasta allí en un lugar en donde pudiésemos encontrarlo –pensábamos entonces—cuando abandonásemos aquel infierno. Tomamos la precaución de cambiar cada cierto tiempo las cintas ya grabadas por temor a que nos fuese confiscado el material de la cámara en algún momento.

A las cuatro de la madrugada del día domingo se apagaron las luces del lugar. Por los altavoces se oían unas órdenes que, según supe luego, eran de petición de desalojo que los estudiantes se negaban a obedecer. Del Palacio del Pueblo, al oeste de la plaza, empezaron entonces a salir gran cantidad de soldados que, fusiles con bayoneta en mano,  avanzaron hacia el obelisco. Entre tanto, las tropas que habían permanecido al pie de la Torre de Tiananmen, bajo el retrato de Mao que hay a la entrada de la Ciudad Prohibida, también avanzaron hacia el lugar en donde se encontraba el núcleo de estudiantes que había en al plaza esa madrugada. Estas tropas llevaban porras en la mano. A medida que avanzaban iban quemando las tiendas de los estudiantes que durante varias semanas estuvieron instaladas en la gran explanada del centro de Pekín. El desalojo empezó por la parte superior del monumento, en la base del monolito.

La actitud de los soldados era enérgica, ruda, desde luego, frente a unos estudiantes que ofrecían resistencia pasiva, pero no hubo disparos, ni tanques aplastando tiendas y estudiantes como tantas veces se ha escrito. Un buen número de jóvenes había iniciado el desalojo de la plaza entre el corredor que formaban las tropas para que saliesen por la parte sureste, que permaneció siempre despejada, como ya he dicho. En las imágenes del desalojo que grabamos aquella madrugada y que han dado la vuelta al mundo, hay un detalle en el que pocos han reparado a la hora de cuestionarse cómo ocurrieron los hechos: el cielo azul de las cinco y media o seis menos cuarto de la mañana fue testigo de un desalojo casi ordenado, con menos violencia de la que se ha dicho en repetidas ocasiones. Hubo violencia, desde luego aquella noche, y murió mucha gente, pero fuera de la plaza. Y aquella misma mañana, cuando los estudiantes que habían salido pretendieron retomar la avenida Changan, cerca de las siete de la mañana, junto a la Opera de Pekín, las tropas volvieron a disparar contra la gente.

Se me dirá que qué diferencia hay entre morir fuera o dentro de la plaza. Es cierto, ninguna. Pero siempre me preguntaré porqué el esfuerzo de las autoridades chinas para que dentro de la plaza no hubiese violencia o por lo menos para que ésta  fuese la menor posible.

Un punto central de polémica ha sido la supuesta matanza que el ejército chino llevó a cabo en la plaza. ¿Se produjo esa matanza?

No, repito, dentro de la plaza no hubo tal matanza. La gente murió fuera, por la noche, en varios lugares de la ciudad, y a la mañana siguiente en los alrededores de la plaza. Como ya he dicho, preservamos el material de una posible confiscación grabando a trozos, de modo que las imágenes de aquella noche y madrugada no están en las cintas en el orden consecutivo que ocurrieron los hechos. Por eso, al ser editadas con textos que hablaban de la matanza en la plaza, a la gente le llegó ese mensaje equivocado. Por eso insisto que habría bastado ver el cielo azul durante el desalojo, casi a las seis de la mañana, para haberse cuestionado qué ocurrió verdaderamente dentro de la plaza.

Pero sí hubo violencia y muertes en otras partes de Pekín, ¿no?

Sí, sí, claro. Hubo violencia y muertos en otras partes de Pekín entre la noche y madrugada del 3 al 4 de junio. Y en los días siguientes. También hubo muertos en los días siguientes. Por eso llama tanto la atención el cuidado que parecía tener las autoridades para que dentro de la plaza no se derramase sangre. Uno conoce el simbolismo de ese lugar y tiende a pensar que los dirigentes chinos quisieron que no quedara para la Historia el estigma de sangre frente al retrato de Mao, junto a su momia, su caligrafía en el Monumento a los Héroes, frente al Palacio del Pueblo y la Ciudad Prohibida que al fin y al cabo alberga el centro del poder en China.

¿Cree que hubo una decisión deliberada por parte de las autoridades chinas de llevar a cabo una masacre?

No, no lo creo. Creo que todo aquello desbordó a los dirigentes chinos que se encontraron en un atolladero. Trascendió luego que hubo acalorados debates entre los dirigentes más jóvenes –o menos viejos, para hablar con propiedad ya que hablamos de China—y los “inmortales” como Peng Zhen  y Chen Yun, que se oponían a las reformas. El propio Deng pertenecía a ese grupo de ocho históricos revolucionaros, pero a diferencia de los conservadores quería llevar adelante las reformas y nada podía frenar más unas reformas como una  solución sangrienta  de la crisis. Prueba de ello es lo que siguió luego.

¿Qué opina de la política y actitud de los estudiantes a lo largo del proceso que desembocó en los sucesos de 3-4 de junio? ¿No pecaron quizás algunos de excesivo radicalismo? ¿No cometieron errores de cálculo de las consecuencias de sus actos?

Sí, creo que pecaron de radicalismo. Debo confesar que uno veía con simpatía el movimiento estudiantil de aquella primavera de hace veinte años en Pekín pero cuando se mira hacia atrás no queda más remedio que admitir que los líderes de aquel movimiento cometieron graves errores de cálculo. Se empezó pidiendo más libertad de prensa y más representación y, cuando parecía que el gobierno cedía ante aquel clamor, las demandas se radicalizaron. Tras el editorial del Diario del Pueblo en donde se hablaba de las protestas como una conspiración y un plan preconcebido para desestabilizar al país las manifestaciones se hicieron masivas y al ver que esto podía crecer los estudiantes emprendieron una fuga hacia delante. Pensaron que la tolerancia de unas manifestaciones de aquella magnitud les permitiría ya cualquier cosa.

En su opinión, ¿qué consecuencias ha tenido Tiananmen sobre la evolución posterior de China?

Lo ocurrido en Tiananmen será una herida difícil de cerrar por generaciones en China. Se recordará siempre aquel movimiento estudiantil y aquellas muertes en las calles de Pekín, pero las consecuencias sobre la evolución posterior del país han sido pocas; y ya, pasados veinte años, creo que hay suficiente perspectiva para pensar más bien que lo que ocurrió aquella primavera frenó un proceso que se había iniciado unos años antes.

En estos veinte años el poder monolítico del Partido Comunista sigue inalterable, su rígida estructura maneja con mano de hierro al país y, como hemos visto,  todos los amagos de disidencia han sido cortados sin contemplaciones. Es cierto que ha habido importantes cambios sobre todo en la legislación. La presunción de inocencia, por ejemplo, en un país en donde se era culpable mientras no se demostrara lo contrario, es ya un gran paso hacia delante, pero ni siquiera un cambio como éste es atribuible a Tiananmen. Lo es más bien al pragmatismo chino que, deseoso de brindar las mínimas garantías jurídicas a las empresas extranjeras, se adapta a los tiempos.

Los líderes del movimiento estudiantil, que quizá podrían haber integrado la oposición en el exterior al régimen chino se dedicaron a asuntos privados, en algún caso bastante lucrativo. La campaña lanzada por el gobierno de Pekín para combatir algunos efectos indeseados de las reformas podría abonarse a Tiananmen, pero esto es algo a lo que quizá los dirigentes chinos se habrían visto obligados también sin las protestas masivas y la sangre que se derramó aquellos días.

 



La "Diosa de la Democracia"

¿Se “reabrirá” el tema de Tiananmen, como piden las “madres de Tiananmen” y otras personas? ¿Hasta qué punto se puede considera el tema como cerrado o todavía abierto?

El gobierno chino se mantiene aún hoy en que todo aquello fue un movimiento contrarrevolucionario; aunque, en los últimos años, ha procurado cerrar la herida con discretas medidas de pensiones para las madres de los fallecidos, diplomas para estudiantes que sufrieron represalias tras los acontecimientos de la plaza y haciendo la vista gorda al regreso de algunos exiliados. Todo menos autocrítica por lo que veo muy difícil que se reabra el tema y que las “Madres de Tiananmen” puedan tener una exposición mediática paralela a la que tuvieron en su momento las “Madres de la Plaza de Mayo” en Argentina.

Para empezar tendría que saberse cuántas personas murieron durante aquellos acontecimientos. Hay numerosas especulaciones sobre ese dato y según la fuente que la emita las cifras bailan entre 200 y 3.000 muertos. El único que puede aclarar esa incógnita es el gobierno y nada indica que esté dispuesto a hacerlo.