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Cristóbal Colón y Zheng He


Jesús Castillo Abascal

A comienzos del siglo XV  el emperador Yong Le, de la dinastía Ming, trasladó la capital de Nanjing (Sur) a Beijing (Norte).
 
Yong Le ordenó construir  el Palacio y la Ciudad Imperial, templos y altares para las divinidades, una de las mayores bibliotecas de aquel entonces, retomó los trabajos de la Gran Muralla y  aceleró las obras del  Canal Imperial que, hasta la llegada del ferrocarril, ha sido el medio de transporte y comunicación  más importante entre el Norte y Sur del país. 
 
Comenzó así un periodo conocido por algunos historiadores chinos como “el de mayor estabilidad y armonía social  en la historia de la humanidad”.
 
Emulando las rutas de los mercaderes árabes, que ya siglos antes comerciaban en las costas chinas de Fujian y Cantón, Yong Le enviaba, cada cierto tiempo, enormes flotas de barcos a los territorios y reinos entonces conocidos de Malacca, India, el Golfo Pérsico y la península de Arabia, llegando incluso hasta las costas de África oriental.
 
Las embarcaciones, al mando de Zheng He, almirante musulmán y eunuco de la corte, eran de  la envergadura más grande de la época, estaban dotadas con los últimos adelantos en timones para la navegación marina, brújulas y los diseños más eficientes, etc. A bordo, cientos de soldados y remeros, además de doncellas, traductores, médicos botanistas, ingenieros y  comerciantes. También abundante carga: porcelanas, sedas y regalos para impresionar, pólvora y armamento para  recordar a los soberanos de esas tierras que el gran Imperio del Centro dispone de todos los medios para proteger a esos súbditos tributarios de cualquier invasión extranjera. 
 
El Emperador ejercía su poder absoluto a través de sus eunucos y gente de confianza evitando a los altos funcionarios confucionistas. A distancia, controlaba las actividades en los reinos y con fina estrategia tejía una sutil relación de dominación y dependencia. Utilizó  el comercio, las influencias e incluso el soborno como forma de relacionarse con esas culturas para evitar conflictos abiertos con pueblos “bárbaros” de pensamientos distintos.
 
Los navíos regresaban llenos de animales exóticos y objetos delicados: jirafas, avestruces, ámbar, piedras preciosas etc. Los gobernantes que aceptaban reconocer al Gran Emperador en toda su magnificencia eran recompensados con protección, títulos nobiliarios y ventajas comerciales: Malacca fue recompensada por su lealtad con el estatuto de Puerto Comercial, el Rey de Corea fue agraciado con un título nobiliario, Japón fue también otro reino tributario así como Tíbet y Vietnam.  
 
Yong Le ambicionaba sembrar prestigio y admiración  por su imperio y por su cultura, pues para el Emperador no existía más civilización que la suya que era el núcleo y centro de la tierra. 
(中国”Zhong Guo”),
 
Efectivamente, en esa época, China fue una potente civilización con demostrada  tecnología y riqueza, a la vez que un  gran imperio con  capacidad marítima no superada por ningún país del momento.
 
Cuando en 1424 el emperador Yong Le falleció, el crecimiento demográfico y otros factores económicos, la corrupción, y sobre todo la ortodoxia  conservadora confuciana, que como pensamiento oficial había alcanzado muchísima influencia en la  corte imperial,  hicieron que su hijo y sucesor al trono, Hong Xi,  ordenara  terminar con estos viajes y pusiera fin a toda aventura marítima  de China en el exterior pues en ese confucianismo implantado no había hueco para la independencia de pensamiento ni para el emprendimiento. La grandeza de su  flota imperial quedó reducida a la nada y en la vida de los súbditos chinos ya no hubo hueco para la aventura. El dogmatismo se impuso en la vida intelectual  y de ahí a la esterilidad y la falta de curiosidad en la búsqueda de cualquier ideal. 
 
El Almirante Zheng He, tras cumplir a la perfección los deseos de su Emperador, fue recompensado con honores, propiedades y títulos nobiliarios. Pero cuando el país años más tarde, se cerró al exterior, fue arrinconado y al no tener “un mandato del poder celeste” desapareció dejando una  China fuera de todo contacto exterior y de motivación. 
 
El aislacionismo en todo el territorio sumió al país en  un colapso devastador que perduró hasta siglos más tarde. Mientras, en Europa, se invertía este proceso.
 
Europa, en esa época, era un mapa de pequeños reinos luchando y compitiendo por el poder hegemónico, si bien con poca capacidad financiera para  cubrir los grandes  gastos de las guerras. Los  primeros Estados de la historia moderna en constituirse, España entre ellos,  buscaban  financiación para la apertura de nuevas rutas comerciales con Oriente, conscientes de su gran rentabilidad económica. 
 
Fueron los primeros pasos del nacimiento del mercantilismo. En los  reinos y Estados europeos el control del comercio de las especies dio lugar más tarde al florecimiento de la vida en las ciudades. Los cambios de mentalidad que comenzaban a sentirse con la llegada de la imprenta y el intercambio de conocimiento, consolidaron  la idea de que el ser humano era capaz de alcanzar importantes metas y realizar grandes obras. Hombres renacentistas y humanistas, como  Nebrija, Ramón Llull, Dante, Pico de la Mirándola…, prototipos de la élite intelectual en el comienzo de la gran era de las letras, alumbran universidades, divulgan el conocimiento y embarcan a los soberanos en proyectos que hoy llamaríamos de I&D y cuyos adelantos técnicos para la navegación como el astrolabio, los portulanos  y el desarrollo naval, entre otros, sentarían las bases y los dos principios fundamentales de las ciencias modernas: el racionalismo y el método experimental.
 
Hombres de mentalidad abierta y espíritu crítico como Cristóbal Colón, espoleados por la utopía del pensamiento judeocristiano de un mundo ideal,  sedujeron o convencieron  a otras mentes  curiosas y  espíritus aventureros arrastrándoles  hacia rutas desconocidas. Este sentido crítico, la audacia y el idealismo,  pese a los obstáculos encontrados, son los que impulsaron a Cristóbal Colón a conseguir su hazaña.
 
Muchos historiadores se preguntan, ¿por qué  a pesar de los progresos técnicos de la época en la que el Almirante Zheng He vivió no hubo en China espacio para el desarrollo de la ciencia moderna? No hay una sola respuesta.  Sin embargo,  no es difícil concluir que ninguna  sociedad autoritaria y cerrada pueda llegar muy lejos en el terreno de la ciencia e investigación. La ciencia necesita libertad de pensamiento, curiosidad e intercambio de ideas, condiciones que no se reunían en la época de Zheng He y cuya ausencia dejó secuelas  que se  hacen eco incluso en la China de hoy.

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
Jesús Castillo Abascal, observador de la realidad china, es un profesional con una larga experiencia en el país, en el que ha vivido desde la década de los ochenta.